Hoy a los niños se les priva de ver el sol de cada amanecer. Con creciente frecuencia quedan sepultados bajo lápidas construidas con televisores LED de alta definición y muchísimas pulgadas por los que transitan magníficos todos-terrenos (en algo hay que usar el 4X4 y es muy caro sustituir los neumáticos) comprados con el crédito de la falaz excusa de que se gana poco dinero para poder criarlos.
Aquí cabe la cita de Brassens: el mejor vino no es el más caro sino el que se comparte.
No sé cuál es la razón, pero la ausencia de estímulos es el eje vital de demasiada gente. Por supuesto aquí se incluye la carencia de responsabilidades. A menudo escucho hipócritas apologías de la vida en soledad rodeadas de una amargura y un fracaso personal que se disimula (y hasta se arroja) barnizándolo con dosis de mayor libertad (también queda el gimnasio, el pilates o el tai-chi o la tienda tan mona de complementos). En realidad, su mensaje es que cuanto menos te esfuerces por los demás más conseguirás para ti.
Doy gracias a la firmeza de mis padres, de mis profesores y de algunos buenos jefes por impedir que nunca albergue dudas sobre algunos aspectos claves. ¡Tío, no te dejes engañar!
Poco a poco, ser padre o madre en España se convierte en una catástrofe económica, en un estigma laboral, en una amenaza del bienestar, en un factor desintegrador de la pareja. Casi nadie lo denuncia abiertamente, pero el coste de este desprecio lo pagaremos tan caro que esto que hoy llamamos crisis apenas lo parecerá.
Lo último: los hoteles pensados para adultos que van llenando los folletos y la oferta vacacional apelando a placeres tan excelsos como un ambiente relajado y sin ruidos (otra vez la ausencia de estímulos). Se unen a las raquíticas y poco competitivas posibilidades turísticas para familias en nuestro país.
No es fácil bautizar esta hecatombe social, pero iremos intentándolo ¿la burbuja egoísta?
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