Recientemente, una magnífica filóloga ha resucitado mi viejo interés por escribir bien y por descarnar a la retórica de cualquier acusación peyorativa que difumine su médula persuasiva. Con insistencia, esta brillante mujer me ha advertido que conocer bien cómo manejan el lenguaje los actores políticos es una especie de acto de "desvirgamiento" intelectual tras el cual ya nada se leerá con creída objetividad (¿inocencia?).
Me animó a devorar a Lakoff http://liurl.com/30j y desde ahí atravesé unas intensas semanas junto a los marcos del lenguaje (y de pensamiento), las metáforas, el lenguaje políticamente correcto, el eufemismo (y el disfemismo), la elipsis, la morfosintaxis, la colocación de las subordinadas, etc. Desde entonces permanezco alerta y soy capaz de diseccionar la intención que subyace a mensajes que antes no aceleraban mi adormecido recorrido textual si no era porque su agresión idiomática apuntaba a agitadores del Pilot o a apaleadores del Word, que sufrieron apagones en el claustro materno y que padecieron las paperas justo cuando el sufrido profesor explicaba exhausto las reglas de la escritura.
Lo peor es que acabas por comprender el elevado potencial del lenguaje para sustentar nuestos pensamientos y reflexiones y las grandes posibilidades de que tú seas capaz de guiar los de otros si gozas de opciones para ser leído o escuchado. El bando del alcalde de Madrid poco después de los asesinatos del 11M http://liurl.com/30m es una clara muestra de que nada está vedado a unas palabras genialmente trabadas .
Ahora pienso que quizá mi estado de "virginidad" era más plácido. Afortunadamente con RED descubrí Twitter y sus 140 caracteres, poco propicios para el eslogan e insuficientes para modificar marcos, y desde entonces vuelvo a confiar en la sinceridad plena de quien escribe con el propósito fundamental de adentrarse en ese aspecto que hasta las encuestas rigurosas confirman reiteradametne como el que en mayor medida conduce y proporciona felicidad: las relaciones con los demás.
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